Quentin se pone serio

No escribo casi nunca sobre estrenos de cine, series o programas ni realizo una crítica al uso de ninguno de ellos (Para eso hay un montón de estupendos blogs dedicados a ello) pero esta vez hago una excepción dejándome llevar por mi “Tarantinofilia” y dedicaré unas líneas a comentar mis percepciones tras ver “Django desencadenado” hace apenas tres días. Creo que ha pasado el tiempo justo para haberla reposado y rumiado como merece sin dejar de tenerla aun fresca en la memoria, así que allá vamos.

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Lo primero que diré sobre la película es que me parece un punto de inflexión en la filmografía de su director. Queda por ver cómo se desarrolla su obra a partir de ahora, pero todo apunta (nunca mejor dicho) a que tras “Django” nada volverá a ser igual. La película supone la ruptura con una de las máximas del cine de Tarantino, una de las que le ha ayudado a construirse un nombre en esta industria; y es que, por primera vez en una de sus historias, la violencia ya no mola.

Hasta el momento, el bueno de Quentin se caracterizaba por tener el enorme talento de dotar a los actos de extrema violencia de unas inusitadas dosis de belleza plástica y de humor. Ello se sostenía sobre la sólida base que cimienta todas sus producciones: en las pelis de Tarantino no hay juicios morales, no se pide al espectador que se adentre en las cavernas del comportamiento humano, ni que establezca un código ético o se posicione entre actos de bondad y de  maldad. Allí se va a disfrutar del espectáculo… Así podemos declarar sin tapujos que nos parece genial que Clarence y Alabama traten de rehacer su vida vendiendo una maleta de coca robada (droga que destrozará la vida de pobres inocentes) en “Amor a quemarropa”, o que ojala la banda de ladrones sanguinarios que protagoniza “Reservoir dogs” escapase de la policía, incluso que nos gustaría que un asesino demente se llevara por delante con su coche a un segundo grupo de inocentes chicas en “Death Proof”. A todos nos flipan los hijos de puta que protagonizan “Pulp Fiction” e incluso estamos medio deseando que el cabrón nazi de Hans Landa pille a otro par de judíos sólo para disfrutar de sus brillantes juegos mentales en “Malditos bastardos”. Reconocemos que nos da igual que Beatriz Kiddo hubiera podido ir a la policía con un montón de pruebas para encarcelar a Bill y su banda ¡Nosotros queríamos que los matase a todos de la gloriosa forma en que lo hace en las dos entregas de “Kill Bill”!… Tarantino establece siempre un pacto con sus espectadores, que se resume en que durante tres horas podemos ser todo lo bestias que queramos sin que nadie se sienta mal por ello… hasta ahora.

Porque éste es, para mi, el mérito de “Django” y el principal punto de giro dentro de la carrera del director. Por primera vez la violencia, los tiros y puñetazos duelen… por primera vez los malos te caen mal y ves el terrible dolor y sufrimiento que generan sus actos. Por primera vez su historia remueve conciencias hasta el punto en que algunas de sus impactantes secuencias de acción se te hacen poco digeribles y apartas la mirada en lugar de regodearte como hasta ahora hacías (Esto sucede sobre todo en la pelea de mandingos y en la de los perros). Por primera vez Quentin se pone serio.

En el oeste, los negros no tenían derecho ni a montar a caballo.

En el oeste, los negros no tenían derecho ni a montar a caballo.

Y ello conlleva sus pros y sus contras. Como provecho principal es que el resultado es una obra adulta y maravillosa que aborda un tema poco tratado de una forma inteligente, realista, tan cruda como sensible y exquisita. Como contrapartidas más acuciantes nos encontramos con que por al camino se pierden algunas de las señas de identidad del estilo del director.

Y es que si algo no satisface de “Django” es eso, que estábamos acostumbrados a ciertos “must” tarantinianos y al no encontrarlos aquí uno se descoloca bastante. Me estoy refiriendo a los brillantes trucos narrativos a los que tanto partido sabe sacar, a los personalísimos planteamientos de cámara que nos suele ofrecer y, especialmente, a los brutales diálogos marca de la casa que te dejan agarrado a la butaca del cine. No acierto a saber si esta renuncia ha sido voluntaria u obligada, si es que el parir una película con un calado temático y social como nunca había logrado le ha dejado exhausto para las “frivolités” o si, por el contrario, es un nuevo y perverso juego del director; como si pensase “Sé que estáis esperando que en la conversación de la cena Di Caprío suelte una originalísima teoría sobre la supremacía blanca y la sumisión negra… pero no, ahora os vais a conformar con la explicación pseudo-científica que daría un terrateniente paleto de la América profunda en 1875”. Eso sólo él lo sabe; pero a mi me da la impresión de que el pobre es humano y, al fin y al cabo, esta vez no lo ha conseguido.

Valga aclarar que con esto no quiero decir que la película no parezca de Tarantino. Esta llena de violencia soberbiamente plasmada, de ingeniosos diálogos, de humor en situaciones muy peliagudas, etc. Pero en dosis menores a las que suele producir el aclamado director y guionista.

Siguiendo con los puntos débiles, me da la sensación de que “Django desencadenado” tiene uno de los guiones más flojos de su filmografía: creo que es la primera vez que detecto fallos y McGuffins  de los que solemos tirar los escritores para hacer avanzar la acción sin pararnos mucho tiempo a explicarlo o atarlo todo. Hasta la fecha sus tramas podían presumir de ser de hierro, historias perfectamente armadas que resistían el más exhaustivo de los análisis. En “Django”, sobre todo en la primera hora de película, si que ves atajos y remiendos poco lucidos pero necesarios para llegar a la parte suculenta de la obra. No pasa nada, pero que tu protagonista sea un superdotado del disparo por naturaleza es más facilón que mostrar su aprendizaje (Aunque luego lo justifique un poco con el “uno entre diez mil”); que le salga un benefactor dispuesto a ayudarle en todo sin recibir nada a cambio es más sencillo que lograr valerse por sí mismo (Hecho curioso éste del Doctor King Shultz, quizá el primer personaje idealista que escribe Tarantino en su carrera); que Django sepa identificar a los tres mejores luchadores de la plantación sin tener mucha idea del asunto es de lo más conveniente… Quentin lo sabe y por eso pasa de puntillas por muchas de estas escenas, colocándolas antes o después de grandes golpes de efecto, porque es un buen director y sabe que el sigilo es la única forma de salir airoso de estos embrollos. Más que estos puntos sin justificar, lo que me machacó fue una escena (la de Shultz explicando sus planes a Django) en la que nos expone verbalmente el conflicto principal para a continuación volver a explicarlo con acción y de manera mucho más brillante ¿Para qué entonces toda la primera conversación si ya íbamos a deducir lo que Shultz quiere de Django en cuanto le revelase quien es al Marshall? Es este caso, se olvidó por el camino la vieja máxima de Lubitsch: “Deja que el espectador sume dos y dos… te querrán siempre”.

La escena en cuestión. Un error de novato.

La escena en cuestión. Un error de novato.

Otra flojera del guión llega con el tercer acto, que no aporta demasiado al espectador más que la mera satisfacción de ver al prota cumplir su misión: No hay Hitlers acribillados a tiros, nadie se entera de que el tío por cuya defensa a matado a sus amigos es un poli infiltrado, no hay un inteligente cambiazo de maletines con dinero… ni rastro alguno de sorpresa o de evolución personal, tan sólo la consecución de un objetivo externo. Esto ya pasaba en “Kill Bill vol. 2” pero con un clímax infinitamente más potente y bello. Mi última queja se centra en los prescindibles planos de la esposa de Django a lo largo de toda la película: como si el espectador fuera tonto, se decide que hay que recordarle cada veinte minutos porqué el protagonista hace lo que hace colocando un plano subjetivo de recuerdos… nunca entenderé esta manía que en tantas películas se repite.

Por no restarle méritos, hay que decir que Tarantino sigue sabiendo elaborar sabiamente los equilibrios entre personajes, que se dimensionan unos sobre los otros: Django se ve como un paleto frente a Shultz, pero éste también queda como un mindundi al lado de Candie. Además en un mundo que se nos presenta con un esquema básico de negros = víctimas y buenos frente a blancos = verdugos y malvados, el director tiene la inteligencia de llevar su historia a los grises haciendo que el mejor amigo del héroe sea blanco y que su mayor antagonista sea negro. Y he aquí otra de las mayores virtudes de la película: el no casarse con nadie y reflejar la realidad tal cual era… hay que ser muy valiente para mostrar que había negros que jodían a otros negros sólo por salvarse ellos (Como Samuel L. Jackson, genial en su interpretación) y hacerlo de forma que uno incluso entienda que se pueda llegar a ello (Como con los mandingos, que al igual que los gladiadores de Roma, se entregan al asesinato con tal de lograr una vida mejor y ser tratados como «estrellas»).

A niveles más puramente formales, decir que el talento del director le hace plantear un western original cuando más difícil lo tenía. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de sus películas ya tienen muchos componentes del cine del oeste extrapolados a otros géneros y que repetir la fórmula le hubiera llevado a acercarse peligrosamente a Sergio Leone, Tarantino hace bien en rehuir de la estética más clásica y llevarnos a un Texas de montañas nevadas y suelos enfangados, en valerse de plantaciones de algodón en lugar de desiertos y cactus y en no abusar demasiado de su adorado Morriconne, consiguiendo, empero, que la música vuelva a brillar y adquirir protagonismo en la narración. Aunque personalmente no comulgo tanto con los estilos elegidos, hay que reconocer que introducir el Hip Hop en el salvaje oeste es tan brillante como hacer que suene flamenco durante una pelea de katanas… chapeau.

Como siempre, el material promocional es espectacular.

Como siempre, el material promocional es espectacular.

Hasta aquí el largo, y espero que ameno, análisis… concluiré resumiendo que “Django desencadenado” me ha gustado por lo que he sentido como espectador, por parecerme un paso adelante del director y por lo ofrecerme cosas nuevas dentro de su cine. Pero no me ha entusiasmado como muchas de sus anteriores obras… espero que en la próxima sume lo bueno nuevo y lo bueno antiguo para firmar su mejor película.

 

Hasta que nos leamos.

No la toques más, que así es la rosa.

  • The Sopranos (1999-2007)  – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2000
  • El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2001
  • A dos metros bajo tierra (2001-2005) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2002
  • The shield (2002-2008) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2003
  • 24  (2001-2010) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie año dramática 2004
  • Nip/Tuk (2003-2010) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2005
  • Lost (2004-2010) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2006
  • Anatomía de Grey (2005-sigue) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2007
  • Mad Men (2007-sigue) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática años 2008, 2009 y 2010
  • Boardwalk empire (2010-sigue) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática año 2011
  • Homeland (2011-sigue) – Ganadora Globo de Oro a la mejor serie dramática años 2012 y 2013

 

El primer post del año 2013 viene de la mano de los primeros grandes premios de la temporada en la industria del cine y la TV. Los Globos de Oro nos dejaron hace unos días un montón de películas, actores y actrices colocados en la parrilla de salida de los Oscar, pero también dejaron claro qué series siguen siendo las más fuertes en la lucha por el éxito televisivo.

Esto me sirve para hacer una reflexión sobre algo que, como guionista, he defendido siempre: las ficciones de corte dramático en televisión deben tener una duración predefinida, cerrada y, a ser posible, de no mucho más de tres temporadas. Y digo de corte dramático porque las series cómicas, fundamentalmente las sit com, se ajustan a otras normas y reglas temporales que las hacen casi inmunes al paso del tiempo. Partamos, como base de lo que quiero explicar, del listado superior en el que se recogen los ganadores de la categoría en lo que llevamos de siglo. Analizándolo nos damos cuenta de que:

1 – El 91% de las series ganadoras (10 de 11) recibieron el galardón en una de sus tres primeras temporadas. La que no, “24”, lo hizo en la cuarta.

2 – Ninguna de ellas (por ahora, ya que algunas continúan en emisión) lo ha vuelto a ganar después de la cuarta temporada. Las que más, han pasado a ser candidatas año tras año, pero sin revalidar los éxitos del comienzo.

3 – La media de duración de estas series es de casi 7 temporadas. Media calculada a la baja, ya que 4 de ellas siguen en emisión y con perspectivas de durar unos años más.

Entre este listado de series se encuentran algunas de las consideradas mejores producciones televisivas de todos los tiempos, ficciones revolucionarias que han marcado a una generación de espectadores y que quedarán en los escritos sobre el medio para siempre. ¿No resulta raro que ninguna de ellas haya sido reconocida como merece en la segunda mitad de su desarrollo argumental? ¿No es de extrañar que, lo que de la nada surgió como una narración exquisita, al madurar con el tiempo no logre los premios que en los difíciles arranques si cosechó? Los más escépticos dirán que los Globos de Oro son una referencia superficial, que el criterio de los votantes puede ser deudor de intereses de la industria o que los críticos participantes se dejan llevar por la novedad y se olvidan rápido de lo que ya conocen bien… todos ellos son criterios válidos y que en cierto modo comparto, pero también creo que detrás de estas estadísticas hay una certeza ineludible que muchos de los que nos dedicamos al oficio de escribir conocemos: No se puede estirar el chicle indefinidamente.

 

La base de Los Soprano era la necesidad de Toni de ayuda psicológica.

La base de Los Soprano era la necesidad de Toni de ayuda psicológica.

Cuando las series se crean y desarrollan, lo hacen sobre una premisa dramática clara. Con el paso de los episodios y las temporadas, llega un momento en que esa premisa debe ser resuelta si o si, para no caer en el tedio de la eternización. A partir de ahí sólo queda usar el vasto bagaje de nuestros personajes en esos años para crear nuevas premisas que sostengan la serie. Puede hacerse y se hace bien, pero casi siempre el producto se resiente de una u otra manera y en parte deja de ser la misma serie. Si el gancho de tu producto es: “Un jefe mafioso sin escrúpulos está tan deprimido por su vida personal que decide ir al psiquiatra” esto se puede desarrollar durante un tiempo x limitado (dependerá de la habilidad de los guionistas y de la paciencia de los productores). De hecho, tras unas temporadas Toni Soprano ya no acude a ver a su doctora, y los problemas que tenía (relación con su madre o su tío, su amigo enfermo, etc.) han desaparecido. La serie continúa a un nivel espectacular, pero ya basada en la angustia vital del personaje y en como su mundo se desmorona a pesar de su empeño por mantenerlo en pie. Pero cuando te preguntan de qué va Los Soprano tú dices: “de un mafioso que va al psiquiatra”… y por eso la premiaron.

Si encima les da por no resolver la premisa, se produce una huida hacia delante que suele derivar en engaños, decepciones y un gran castillo de tramas imposibles que se derrumba en los últimos capítulos para horror de los seguidores… Creo que no hay que decir mucho más para que os venga Lost a la cabeza ¿Verdad?

Otras series decaen por agotamiento de la fórmula. Si bien Aaron Sorkin tiene claro que su serie presidencial tiene el tope de abarcar 2 mandatos y según ello la estructura, tras 8 temporadas escuchando afiladas conversaciones de pasillos entre los miembros del gabinete, los brillantísimos diálogos ya brillan un poco menos y las crisis de comunicación resultan más llevaderas. Como con más de un político patrio, quizá un solo mandato hubiera sido mucho mejor…

Hacia ese mismo abismo se dirigía, en mi opinión, Mad Men tras sus dos primeras temporadas. La tercera constituyó un viaje por la apatía de Don Draper y eso hizo que el interés decreciera exponencialmente. Para mi sorpresa, en la cuarta levantaron el rumbo nuevamente y ahora vuelven a estar en plena forma. El tiempo nos dirá si son capaces de romper la tendencia… quizá por ello sean la única producción que se ha llevado el premio 3 años seguidos (Incluyendo mi odiada tercera temporada).

Las cosas tienen una duración por algo, y ese algo suele ser que se manifiestan en su máximo esplendor en un periodo concreto de tiempo. Las canciones pop duran entre 2 y 5 minutos, los conciertos 2 horitas, las películas de 90 a 120 minutos, las novelas mejor entre 400 y 800 páginas y las series, aunque nadie se preocupe por aplicarlo, de 3 a 4 temporadas de 13 episodios cada una. Evidentemente hay maravillosas excepciones en todos estos campos, pero cuando algo se convierte en norma suele ir cargado de sabiduría…

Con las series también existe una gran excepción a mi teoría y, como no podía ser de otra forma, además se trata de mi favorita de todos los tiempos. Para rizar el rizo, ni siquiera cuenta con un Globo de Oro o nominación alguna… ni falta que le hace. Me estoy refiriendo a la aclamada “The Wire”. En este caso, cada una de las 5 temporadas de la serie están pensadas de antemano por David Simon para reflejar un aspecto concreto de la sociedad y para demostrarnos que todos ellos están perfectamente relacionados e interconectados. La duración es la que es, ni sobra ni falta nada, porque son los peldaños que tiene la escalera a la que debemos subir para lograr la visión de conjunto que quiere transmitirnos el autor… pero claro, es que estamos hablando de algo muy complejo y muy precioso.

El tema da sin duda para mucho más, espero que al menos os haya servido para pensar un poco en ello. Está claro que a productores y cadenas les gusta ganar dinero con un formato seguro; pero si en lugar de ir a lo fácil, confiaran en el talento de los creadores y dejasen que éstos terminen de contar sus historias en el momento preciso, ahora tendrían el doble de series de éxito en sus parrillas… Como decía Juan Ramón Jiménez: ¡No la toques más, que así es la rosa!

 

Hasta que nos leamos.