Antagonistas

villanos

¿Qué sería de una buena película o serie sin su malo de turno? Nuestra ficción occidental es inconcebible si ese malvado que pone en jaque al protagonista de la historia con sus retorcidos planes y sus aviesas intenciones. Estamos tan acostumbrado a ello. que al enfrentarnos a una narración carente de antagonista, ésta se nos suele derrumbar por muy bien construida que esté.

La vida real parece también llenarse últimamente de malos se mire por donde se mire. En este caso se trata de malos de opereta, de los que se mesan el bigote y ríen a carcajadas mientras confiesan su plan al, momentáneamente derrotado, héroe. De estos malos volveremos a hablar más adelante.

Lo que hoy quiero explicar con más detalle es la diferencia entre un buen malo y un mal malo, valga la redundancia. Entre un simple villano y un antagonista. Porque esto es lo que necesita toda gran historia, a alguien que (independientemente de sus inclinaciones morales) se oponga a los intereses del protagonista y le impida conseguir sus objetivos. Ya veremos como en ocasiones el malo es el bueno y viceversa y la trama funciona igual de bien… porque se mantiene la oposición de intereses y, por tanto, el conficto.

Analicemos, por ejemplo, tres productos con cierta semejanza en la ambientación histórica: “Los Tudor”, “Isabel” y “Juego de tronos”.

En la serie española encontramos a antagonistas del corte clásico: personajes como Pacheco y Carrillo son malos hasta la médula, únicamente les mueve su interés personal y su egoísmo, utilizando a quien haga falta para conseguir satisfacerlos. Los guionistas los usan con habilidad, haciéndoles cambiar de bando con frecuencia según los intereses de la trama (Amén de los sucesos históricos documentados) y así consiguen mantener interesado al espectador. Funcionan y gustan, pero no terminan de marcar al televidente.

 

Mucho más interesante resulta el personaje del Rey Enrique, un antagonista básico para Isabel, que está construido con bastantes más matices e incongruencias y, por tanto, resulta un ser humano creíble e interesante. Enrique no lo odia todo ni quiere sembrar el caos en el mundo: simplemente tiene unos intereses que proteger como rey y, para hacerlo, luchará contra quien haga falta. Durante toda la temporada hemos visto a este antagonista no querer entrar en guerra porque supone muerte, hambre y penurias para el pueblo. También le vemos recibir con alegría a sus hermanos, a los que está enfrentado, cada vez que hay un armisticio; o perdonar y aceptar en su corte a nobles que le habían traicionado y humillado, sólo porque le une una amistad de toda la vida con ellos… otros personajes de la serie tildan a Enrique de débil, pero lo que en realidad le sucede es que es humano, y eso le hace grande y le lleva a conectar con el espectador.

En el caso de la producción sobre la dinastía real inglesa, se ocasiona un fenómeno aun más interesante: los guionistas consiguen que los personajes “buenos” tengan malas intenciones y que los “malos” las tengan buenas; y a pesar de ello el seguidor de la serie los continua percibiendo en los roles asignados. El resultado es de una delicadeza y de un realismo que hace que la calidad global de la ficción se multiplique. El ejemplo más claro de esto se da en la rivalidad entre Thomas Moro y Thomas Cromwell.

El primero se nos presenta como alguien bueno porque se opone a la relación ilícita del Rey con Ana Bolena, porque defiende a la autoridad establecida de la Iglesia de Roma y porque se mantiene inflexible en sus convicciones y valores. Esto está muy bien, pero la realidad demuestra que en cuanto llega al poder, Moro no duda en quemar a cuanto “infiel” encuentra en su camino sólo por el hecho de pensar de forma distinta a la suya y si tenemos en cuenta que la Iglesia que él defiende estaba corrupta, viciada y podrida hasta la médula sus motivos no parecen ya tan buenos.

En frente suya está Cromwell, presentado como un malvado intrigante que asciende en el poder a costa de otros y que susurra chismes al oído del Rey para satisfacer sus intereses. Al tipo se le coge una tirria casi inmediata (gracias también al gran trabajo de interpretación) pero en realidad, analizando su postura se puede empatizar con él perfectamente: lucha por una Iglesia más justa y pura, pegada a los intereses del pueblo y sin privilegios; además encarna el ejemplo de que naciendo pobre se puede llegar a lo más alto con trabajo y talento, y tiene una visión moderna de lo que será el mundo a partir de esos días (El comienzo de la Edad Moderna).

Al final ninguno de los dos son buenos ni malos, sólo personas con intereses enfrentados y de ahí nace el conflicto.

En “Juego de tronos” se mantiene está tónica, aunque aumentada por la riqueza del diseño de personajes y el elevado número de los mismos. Los hay eminentemente buenos, como Tyrion Lanister, pero que se ven obligados a luchar en el bando de los malos por motivos superiores (En su caso la fidelidad a la familia)… los hay buenos por su carisma y su alineación, caso del Rey Robert, pero nefastos por sus actos (Infiel, borracho, mal gobernante, agresivo, derrochador, etc.).  También los hay que evolucionan de una manera increíble y pasan de malos a buenos o lo contrario. En esta saga cada personaje es un universo de contradicciones y matices capaces de proyectar luz y sombra según el momento concreto. Eso es lo que la hace grande y la ha llevado al éxito; porque en un contexto tan propicio para que cada seguidor se alineé con una determinada casa/familia, no encuentras a nadie que diga: “yo soy de los Stark” o “Yo voy con los Lanister”, “A mi me pierden los Tully” ni “Estoy a muerte con los Baratheon”… a todos nos gustan unos de aquí y otros de allá e, incluso, de los malos puros (Tipo Cersey) nos apiadamos de vez en cuando… si el autor les hace morder demasiado el polvo.

En mi opinión, muchos claros ejemplos de lo que debe ser un antagonista los podemos encontrar en los comics de superhéroes. El hecho de poder estar 40 o 50 años escribiendo una serie y que lo hagan cientos de guionistas distintos acaba por dar una robustez apabullante a los personajes. Y esto, en el caso de los malos es muy de agradecer. Para mi el paradigma es el villano Magneto, y su imposible relación con los X Men. Magneto es el antagonista absoluto del grupo porque tiene una visión completamente opuesta a la de ellos en un mismo asunto. Los mutantes son odiados, temidos y perseguidos por los humanos… hay que definir la forma de relacionarse entre las dos especies: Los X Men abogan por la coexistencia pacífica y Magneto por la imposición a la fuerza. El conflicto está servido y no se solucionará jamás, pues ninguno terminará pensando como el otro. Aún así ambos bandos comparten una preocupación común por los suyos, por protegerlos y por conseguir vivir en paz y seguridad. Magneto tiene buenas intenciones y sus motivos son honrosos, pero sus métodos son los que lo encasillan como malo. De hecho le une una antigua amistad con el Profesor Xavier y, en cierto modo, siempre se necesitarán el uno al otro.

Los seguidores del cómic saben que resulta imposible no enamorarse del personaje y darle la razón en muchos de los conflictos que mantiene con los protagonistas… Así que tened claro que cuando el autor consigue que el lector/espectador se ponga de parte del malo, ya está todo dicho.

Evidentemente, hay malos “totales” que funcionan a la perfección. El Joker es más malo que la quina y punto… está tan bien parido que no hace falta más; como decía el difunto Heath Ledger en “El Caballero Oscuro”: “Soy un agente del caos…” no hay nada que añadir. Parecido caso es el de Darth Vader: un villano tan rotundo en su aspecto y sus actos que no necesita matiz alguno. En esta ocasión consiguen dotarlo de dimensión con su pasado y termina dando pie a un final redentor para él. Curiosamente, ello se vuelve en contra de los creadores al plantear la trilogía precuela: lo habían hecho tan malo que ahora justificar esa conversión al lado oscuro tenía el listón demasiado alto… lamentablemente para nosotros, no lo consiguieron.

También está la figura del “malo bueno” que se da en muchas películas y que convierte, por extensión, a una figura del bien en su antagonista. Estamos hablando de películas como “Perdición”, “El gran Carnaval”, “Reservoir Dogs”, “Tarde de perros” o “Hannibal” en las que el protagonista es un delincuente o un tipo amoral y por tanto su opuesto es la ley y la justicia. Afortunadamente los Wilders, Tarantinos, Lumets y Scotts del mundo son buenos en su oficio y suelen conseguir que nos encariñemos con semejantes bastardos y que la cosa funcione bastante bien.

A diferencia del malo, el antagonista aparece siempre en un guión, incluso en géneros tan poco propicios como la comedia romántica. Aquí solemos encontrar antagonistas tan buenos como el protagonista, como sucede en “Historias de Filadelfia”, donde el único conflicto entre Cary Grant y James Stewart es estar enamorados de la misma mujer, por lo demás hasta se caen más o menos bien y se comportan el uno con el otro. Si la comedia es más profunda podemos llegar al caso de que el antagonista del protagonista sea el propio protagonistaesto es lo que ocurre en “Annie Hall”, donde el enemigo de Woody Allen en su relación es Woody Allen: sus neuras, manías e inseguridades le impiden ser feliz con su pareja.

Se podría escribir mucho más sobre el tema, pero creo que ya os hacéis una idea clara de lo que quería explicar… Antes de terminar con el post, me gustaría volver a los malos de la vida real: la mayoría de los políticos, los banqueros, los líderes empresariales y sindicales, los mercados, las multinacionales y demás. Estos son los antagonistas de nuestro día a día, los que se oponen a la gente corriente y les impiden alcanzar sus objetivos (vivir dignamente, trabajar, ser felices, etc.). Estos antagonistas son del peor tipo que puede existir: de los traidores a la confianza del prota. Son personas que supuestamente están ahí para ayudarnos y cuidarnos, tipos a los que hemos elegido para engarse de nuestra seguridad y que, en el momento en que más les necesitamos, nos han dado una puñalada trapera y se han vuelto en contra nuestra… esta chusma son como Cifra en “Matrix”, como Fredo en “El Padrino II”, como Bruto en “Julio César”…

Por desgracia para ellos, la diferencia entre estos malos de la vida real y los malos de ficción es que los primeros no son necesarios para contar la historia y no despiertan la simpatía o el cariño de nadie.

Hasta que nos leamos.

La perseverancia de una Reina

Decia Woody Allen en una de sus geniales frases lapidarias, en este caso la  que cerraba la colosal “Misterioso Asesinato en Manhattan”: “Nunca más volveré a decir que la vida no imita al arte”.

En las últimas semanas estamos asistiendo a un curioso ejemplo de cómo el bueno de Woody siempre termina dando en el clavo: me refiero al tremendo paralelismo entre el recorrido dramático de la serie “Isabel y sus andanzas en la más cruenta de las batallas catódicas, la de las audiencias.

La historia basada en la Historia (valga la redundancia) de Isabel la Católica nos cuenta en cada episodio los pactos, luchas, traiciones, alianzas, sobornos e intrigas que suceden en el reino de la Castilla del Siglo XV para ostentar el poder y alcanzar o mantenerse en el trono. Mientras, en estos dos meses parece como si los guionistas de la serie se hubieran aventurado a escribir el devenir de ésta en cuanto a la repercusión entre el público y sus resultados semanales.

La ficción producida por Diagonal TV se estrenó el pasado 11 de septiembre con notable éxito de audiencia. Desde ese primer día la serie se instaló en la comodidad del 20% de SHARE, un auténtico lujo en la televisión de estos días para cualquier tipo de formato; y no se bajó de ahí en sus tres primeras emisiones. La historia de la reina católica era ya la primera gran triunfadora del curso televisivo 2012-1013… hasta que estalló la guerra.

Los grupos de TV privada no estaban dispuestos a cederle a una cada vez más debilitada TVE el reinado de los lunes sin presentar batalla. De todos es sabido que empezar bien la semana, en términos de medición de audiencias, da mucha tranquilidad en los despachos de los altos directivos y por ello el prime time del lunes era una plaza muy codiciada. El grupo Mediaset atacó con una de las poquísimas ficciones nacionales que funcionan dentro de su parrilla: “La que se avecina”; Antena 3 prefirió optar por un espectáculo de entretenimiento familiar que había sido un bombazo sorpresa en el curso anterior: “Tu cara me suena”. Unos pretendían plantar batalla cara a cara y a campo abierto y otros saquear la desguarnecida ciudad mientras ambos ejércitos estaban fuera.

Isabel quería darse un buen banquete de audiencia… y se la terminaron merendando a ella.

 

El resultado de ese primer choque dejó un claro vencedor: “La que se avecina” se disparó hasta el 27´1 de cuota de pantalla y casi 5´5 millones de espectadores. Por detrás y a buena distancia, “Tu cara me suena” lograba el 20´3 de media reuniendo a 3 millones cien mil espectadores (Lastrada esta cifra por su larga duración). La clara derrotada de la noche resultó ser “Isabel que bajaba sus datos hasta el 16´1% de Share aunque retenía a 3´3 millones de seguidores. La reina había sido derrocada, ahora le tocaba a los directivos de la cadena tomar la difícil decisión: Abandonar el reino en búsqueda de otro menos conflictivo  (Entiéndase cambiar el día de emisión) o lamerse las heridas y plantar cara al adversario para tratar de recuperar lo que era suyo, el trono de los lunes.

Finalmente la serie no se movió de su ubicación en parrilla y a la semana siguiente, cuando el humo de la batalla se había disipado las posiciones se mantenían iguales. Eso si, mientras sus enemigos perdían fuerza (bajando al 24% la serie de Telecinco y al 19% el show de Antena 3), “Isabel” lograba mejorar unas décimas su cuota. Casi inapreciable si, pero todo un síntoma.

El tercer embate confirmaba la remontada: La ficción de época medieval escalaba hasta el 18´3% de media, congregando a 3´8 millones de espectadores. Medio millón más que dos semanas antes y casi los mismos que en aquellas lejanas y tranquilas primeras semanas de emisión.

Ayer mismo se conocían los datos de la escaramuza del pasado lunes, en los que “Isabelvuelve a subir hasta el 18´9% de Share y suma 150 mil nuevos fans, que hacen que su ejército de seguidores ya sea de 4 millones. La guerra está más viva que nunca, la gobernante derrocada y vencida ha sido capaz de ponerse en pie y regresar al fragor de la batalla con nuevos bríos ¿Quién sabe si antes de que termine la temporada no vuelve a ser ella quien ocupe el trono?

Este recorrido en paralelo, no sólo se queda en lo relativo a la audiencia,  ya desde que fuese concebida a golpe de tecla, la serie ha estado envuelta en este halo de coincidencias. Si la trama nos presenta a una Isabel de Trastámara encerrada en un Castillo y sometida a la voluntad del consejo de nobles castellanos, quienes tienen que decidir sobre su matrimonio futuro como estrategia política, en la vida real la producción estuvo “encerrada” en la nevera de TVE casi un año por problemas de presupuesto, sometida a la voluntad del consejo de administración del ente y sus riñas políticas… Si la trama nos contaba la muerte del Infante Alfonso, representación del futuro de Castilla, la vida real nos sorprendía con la posible “muerte” de la serie, al no tener forma la productora de acometer una segunda temporada si no se les aclaraba el futuro de la primera…

En poco más de un año de vida, la serie “Isabel” ha estado recluida, ha sido liberada, ha reinado en tiempos de paz, ha visto estallar la guerra, ha sido derrocada, se ha levantado para volver a plantar batalla y está tratando de recuperar su trono… y todo ello gracias a la perseverancia de una reina que nunca se ha dado por vencida.

Como buen guionista, me obsesionan los principios y finales, lo circular de las historias. Por ello, si con una frase de Woody Allen empezábamos, con otra terminaremos. Decía en el film “Maridos y mujeres, unos años antes de la anterior cita, y haciendo gala de todo su cinismo, que: “La vida no imita al arte, imita a la mala televisión”… esta vez me temo, querido Woody, que debo llevarte la contraria, En el caso de “Isabel” la vida imita, si, pero a la buena televisión.

 

Hasta que nos leamos.

Grandes malas actuaciones 2

Seguimos con el post de hace un par de días. Para cerrar este curioso apartado de películas, valgan otros cuatro ejemplos:

 

– Balas sobre Broadway (Bullets over Broadway, 1994)

Iba a ser complicado dejar fuera de esta lista a Woody Allen. El genial cómico newyorkino ha protagonizado en más de una ocasión alguna gran mala actuación (En general, siempre que sus neuróticos e inseguros personajes pretenden hacerse los duros o aparentar delante de una chica o una situación complicada…) pero yo voy a quedarme con el caso de Jennifer Tilly en “Balas sobre Broadway”.

Tilly interpreta a Olive Neal, la joven amante del ganster Nick Valenti. Como quiera que Valenti es el que paga la obra de teatro que está montando el protagonista (David Shayne, interpretado magistralmente por John Cusack) y Olive es bailarina de cabaret… pues ella acaba teniendo un papel en la obra por imposición del mafioso. Esta sencilla trama genera infinidad de gags y problemas al protagonista, muchos de ellos centrados en la incapacidad absoluta de Olive para actuar. Tilly consigue mezclar perfectamente una desagradable voz de pito, con unos andares y poses barriobajeras que sacan de quicio al espectador más benévolo. Ello, sumado a los textos de Allen y a la impertinencia del personaje, dio como resultado un papelón merecedor de la candidatura al Oscar.

 

Agárralo como puedas (The naked gun, 1988)

Como no sólo de falsos malos actores puede vivir esta lista, he decidido incluir algunos ejemplos de otro tipo. Cierto es que son siempre comedias las que nos brindan esta clase de situaciones, pero hay ejemplos de cómo un supuesto tipo corriente mete la pata hasta el fondo cuando se enfrenta al reto de hacer algún tipo de expresión artística.

Este es el caso del sufrido teniente Frank Drebin (el papel que inmortalizó para siempre a Leslie Nielsen), el policía más torpe y desastroso que se ha podido ver en una pantalla de cine. No es obligatorio que los actores sepan cantar, pero casi todos suelen hacerlo más o menos bien. Lo que es menos habitual es que algunos, como Nielsen en este caso, sepan cantar mal tan bien… todo un arte que el actor canadiense supo poner en práctica con brillantez a la hora de interpretar el himno nacional de EE.UU.

 

American Pie 2 (American pie 2, 2001)

Y es que eso de ponerse delante del público es un trago duro para la gente corriente. Y si no que se lo digan al pobre Jim Levenstein (un Jason Biggs jovencísimo y que ya demostraba sus dotes para la comedia) cuando se ve accidentalmente en el escenario del campamento musical y teniendo que tocar el trombón ante decenas de personas. Esta famosa escena de “American Pie 2” nos demuestra cuanto peso recae en ocasiones sobre un actor. Lo que en el guión debía ser una simple frase más o menos como ésta: “Jim toca el trombón y baila ridículamente ante un atónito público”, se convierte gracias a Biggs en 5 minutos repletos de comicidad y uno de los momentos más memorables de la película. 

 

Mentiras arriesgadas (True lies, 1994)

La cinta dirigida por James Cameron (Si, antes de “Titanic” hizo cosas muy chulas…) supone, quizá, la cumbre del género que inmortalizó a Schwarzenegger: La comedia de acción o acción cómica. En la película hay un momento memorable de gran mala actuación y no es otros que el inolvidable striptease de Jaime Lee Curtis. La Curtis no sólo consiguió dejar de ser “la chica graciosa y feucha” que era hasta entonces, sino que logra una actuación impecable en la que pasa de ser un cervatillo asustado y torpe a una pantera en celo en sólo 7 minutos… y para colmo, el baile contiene conflicto (la caída del micro, resuelta de maravilla) y humor (vaya hostia que se pega, la pobre)… Chapeau.

 

Y con esto dejamos el repaso de grandes malas actuaciones. Como siempre, os invito a aportar las que se os ocurran a vosotros.

 

Hasta que nos leamos.