Cuando lo blanco era en realidad negro

Estoy a dos episodios de terminar de ver Breaking Bad (Al menos lo que hay emitido hasta la fecha, a falta de los nuevos y últimos 8 capítulos con los que se cerrará la serie).

Lo que viene a continuación es un análisis repleto de spoilers, así que todos los que no la hayáis visto aun ya podéis ir derechitos a la cama, que esto no es para vosotros… y por favor, dejad de perder el tiempo tuiteando “Splash” y poneos al día con esta maravilla de la ficción televisiva.

breaking-bad

Se puede hablar largo y tendido sobre casi todos los aspectos de la serie, desde la realización a las actuaciones pasando por los simbolismos cromáticos o la acertadísima elección del lugar en que se desarrolla. Lo cierto es que breaking bad raya a la perfección en cualquiera de las múltiples facetas que componen una serie de TV, pero si hay algo especialmente comentado y valorado por la crítica y los profesionales del guión es el arco de transformación de su protagonista: Walter White.

Walter White es un tipo con nombre de personalidad secreta de superhéroe creado por Stan Lee (Ya que su nombre y su apellido comienzan con la misma letra, como en su día apuntó acertadamente Raj Koothrappali en un episodio de “The Big Band Theory” y, mucho antes que él, mi buen amigo Ramone), que sin embargo se ha hecho famoso y conquistado el corazón de millones de espectadores por ejemplificar a esas personas normales y corrientes que se vuelven unos auténticos hijos de puta si la vida les empuja un poco a ello.

Durante cinco temporadas hemos disfrutados como cochinos retozando en un charco al ver a Walter pasar de ser un padre de familia bueno, cariñoso, responsable, apocado, poca cosa, con un par de trabajos grises y frustrantes al que le diagnostican un cáncer terminal a convertirse en el mayor cocinero de metaanfetamita del suroeste de EE.UU. con un currículo que incluye asesinatos, robos, extorsiones, blanqueo de dinero, etc. además de terminar siendo un cínico, calculador, frío, manipulador y desalmado ser humano (Si es que se puede uno seguir refiriendo a él como tal).

Retrato robot del alter ego de Walter como camello.

Retrato robot del alter ego de Walter como camello.

Esta impresionante conversión es la que se han ganado fama mundial y ha hecho correr ríos de tinta (¿Es lícito seguir usando esta expresión cuando todos escribimos con ordenador y el único medio que gasta tinta, los periódicos tradicionales, imprime tiradas cada vez más pequeñas?), y es precisamente el aclamado arco de transformación el que me dispongo a analizar; para que nos demos cuenta de que quizás Walter no cambia tanto como creemos y de que, por muy White que nos lo pinten al principio, el personaje ya tenía mucho de black desde el primer episodio. 

Partamos desde la aceptación de que el punto débil del personaje, aquel que hace que se vaya dejando seducir por el lado oscuro, es el orgullo. En un hombre eminentemente bueno, este orgullo se presenta como el único lunar de su personalidad (Entiéndase como defecto importante). Esto es algo que ya queda claro desde el primer episodio de la serie. Como mandan los manuales de guión, el piloto debe contener todos los aspectos fundamentales del tema de la historia y dibujar a sus personajes principales de forma clara y concisa. En el caso de Breaking bad, la primera muestra de orgullo surge cuando Walter decide despedirse del lavadero de coches, harto ya de aguantar los abusos de su cejudo jefe. Ante la perspectiva de que le queden meses de vida, perder un trabajo de mierda con el que complementa su sueldo de profesor se antoja como nimio… y por ello Walter tira de orgullo para mandar al jefe a la mierda a base de groserías y gestos obscenos. En este punto el espectador está conociendo por primera vez al personaje y aplaude satisfecho la única victoria entre enormes derrotas y ejemplos de cómo tragar mierda que supone el primer capítulo. Pero la muestra de orgullo está ahí… como diría mi madre: “Tú siembra, que algo queda”.

La siguiente vez que Walter tira de orgullo si que comprendemos que éste va en contra suya y puede ser su perdición. Me estoy refiriendo al momento en que los que fueron sus socios, millonarios perdidos ellos, se ofrecen a pagar el tratamiento contra el cáncer. Se trata de la ex novia de Walter y de su antiguo mejor amigo. Los tres eran físicos y habían creado una pequeña y prometedora empresa, pero ella se enamora del otro y deja a Walter. Éste, herido en su orgullo les vende su parte de la empresa y decide cambiar de vida (Todo esto explicado en unos sutiles y elegantes falshbacks). Décadas después, la empresita se ha convertido en una gran multinacional que genera miles de millones de beneficio y sus dueños, al enterarse de la enfermedad de Walter deciden que están en deuda con él y que le quieren pagar el mejor tratamiento. El protagonista tiene la oportunidad de abandonar su peligroso y poco fructífero intento de vender drogas de un plumazo, pero el orgullo le domina y rechaza la oferta. No quiere nada de esos dos traidores; él se pagará el tratamiento trabajando, por si mismo.

A partir de aquí, muchos de los puntos de giro de la serie y de los pasos evolutivos de Walter vienen de la mano del orgullo: el orgullo de ver que en las calles se habla de Heisenberg le hace ganar confianza; por orgullo deja morir a la novia de Jesse, que había osado chantajearle, cuando salvándola habría recuperado la confianza y amistad con éste para siempre; el orgullo hace que cocine una meta azul que se identifique con su fórmula y se distinga del resto, aunque sea más fácil de rastrear por la DEA o el cártel; el orgullo que se tiene que tragar admitiendo la mentira del problema con el juego y quedando como un enfermo le hace empezar a odiar a Skyler; el orgullo herido de ver que Jesse es capaz de cocinar una meta casi tan buena como la suya le hace aceptar el trabajo de Gustavo cuando ya se iba a salir del negocio; el orgullo de saberse el mejor le hace creerse imprescindible, volar demasiado alto y terminar enfrentado a Gustavo; estar orgulloso de su trabajo y de lo que gana con él le lleva a comprar coches lujosos a pesar de que sabe que no debe llamar la atención; por orgullo fuerza a Skyler a admitirle en casa de nuevo, provocando que los niños se marchen y convirtiendo su vida personal en un infierno… orgullo, orgullo, orgullo.

"Yo gano". Walter no quiere estar por debajo de nadie.

«Yo gano». Walter no quiere estar por debajo de nadie.

 

Y así llegamos al último episodio que he visto (06×05) y a la reveladora conversación entre Jesse y Walter. El primero trata de convencer al segundo de que dejen el negocio y vendan la metilamina obteniendo 5 millones por cabeza. Como Walter no parece dispuesto a abandonar, Jesse le recuerda varias cosas que parecen habérsele olvidado: Primero, que se metió a cocinar droga para sacar sólo 700 mil dólares (cifra necesaria para el tratamiento y dejar bien colocada a su familia si moría); segundo y más importante, que se acabarían los riesgos, el miedo, las amenazas y las luchas… por fin lograría la ansiada seguridad para los suyos y podría vivir tranquilo. Ni corto ni perezoso, Walter le confiesa que todo eso ya le da igual, porque lo que planea es construir un imperio de la droga como nunca antes se ha conocido en la zona.

Entonces, a pecho descubierto, es cuando Walter por primera vez en mucho tiempo se sincera con su socio y le cuenta la historia de su antigua empresa, de su ex novia y su amigo jugándosela, de lo gilipollas que se siente cada vez que mira el valor en Bolsa de la compañía y se acuerda que vendió su parte por 5 mil dólares de nada… aflora la verdad y nos damos cuenta de que Walter no lleva 5 temporadas “volviéndose malo”, “Tomando el mal camino” o “echándose a perder” (Significados válidos todos para traducir el título), si no que ya llevaba muchos años podrido por dentro, sólo que esa podredumbre se mantenía latente y escondida, esperando su momento para aflorar.

Se puede afirmar, por tanto, que Breaking bad no es la historia de un hombre bueno que se convierte en malo obligado, en parte, por las circunstancias. Yo más bien definiría la serie así: la historia de cómo un hombre malo se da cuenta de que es malo y abraza por completo su Naturaleza.

Evidentemente, con esto no digo que no haya evolución del personaje o un potente arco de transformación, ni que el título de la serie no responda al paradigma de ésta… ni mucho menos. Sólo recalco que el punto de partida que todos asumimos es, básicamente, erróneo y demasiado bien pensado.

Aún me quedan dos capítulos por ver, e igual los que los conocéis sabéis que hay un cambio drástico que invalida esta teoría… tampoco conocemos el contenido de la tanda final de episodios y cómo acabará todo (Aunque no nos quitamos de la cabeza el genial flashforward que abre la 5ª temporada), así que sólo nos queda relamernos con ganas y seguir rumiando esta brillante historia hasta que Vince Gilligan y los suyos nos regalen el final.

 

Hasta que nos leamos.

Antagonistas

villanos

¿Qué sería de una buena película o serie sin su malo de turno? Nuestra ficción occidental es inconcebible si ese malvado que pone en jaque al protagonista de la historia con sus retorcidos planes y sus aviesas intenciones. Estamos tan acostumbrado a ello. que al enfrentarnos a una narración carente de antagonista, ésta se nos suele derrumbar por muy bien construida que esté.

La vida real parece también llenarse últimamente de malos se mire por donde se mire. En este caso se trata de malos de opereta, de los que se mesan el bigote y ríen a carcajadas mientras confiesan su plan al, momentáneamente derrotado, héroe. De estos malos volveremos a hablar más adelante.

Lo que hoy quiero explicar con más detalle es la diferencia entre un buen malo y un mal malo, valga la redundancia. Entre un simple villano y un antagonista. Porque esto es lo que necesita toda gran historia, a alguien que (independientemente de sus inclinaciones morales) se oponga a los intereses del protagonista y le impida conseguir sus objetivos. Ya veremos como en ocasiones el malo es el bueno y viceversa y la trama funciona igual de bien… porque se mantiene la oposición de intereses y, por tanto, el conficto.

Analicemos, por ejemplo, tres productos con cierta semejanza en la ambientación histórica: “Los Tudor”, “Isabel” y “Juego de tronos”.

En la serie española encontramos a antagonistas del corte clásico: personajes como Pacheco y Carrillo son malos hasta la médula, únicamente les mueve su interés personal y su egoísmo, utilizando a quien haga falta para conseguir satisfacerlos. Los guionistas los usan con habilidad, haciéndoles cambiar de bando con frecuencia según los intereses de la trama (Amén de los sucesos históricos documentados) y así consiguen mantener interesado al espectador. Funcionan y gustan, pero no terminan de marcar al televidente.

 

Mucho más interesante resulta el personaje del Rey Enrique, un antagonista básico para Isabel, que está construido con bastantes más matices e incongruencias y, por tanto, resulta un ser humano creíble e interesante. Enrique no lo odia todo ni quiere sembrar el caos en el mundo: simplemente tiene unos intereses que proteger como rey y, para hacerlo, luchará contra quien haga falta. Durante toda la temporada hemos visto a este antagonista no querer entrar en guerra porque supone muerte, hambre y penurias para el pueblo. También le vemos recibir con alegría a sus hermanos, a los que está enfrentado, cada vez que hay un armisticio; o perdonar y aceptar en su corte a nobles que le habían traicionado y humillado, sólo porque le une una amistad de toda la vida con ellos… otros personajes de la serie tildan a Enrique de débil, pero lo que en realidad le sucede es que es humano, y eso le hace grande y le lleva a conectar con el espectador.

En el caso de la producción sobre la dinastía real inglesa, se ocasiona un fenómeno aun más interesante: los guionistas consiguen que los personajes “buenos” tengan malas intenciones y que los “malos” las tengan buenas; y a pesar de ello el seguidor de la serie los continua percibiendo en los roles asignados. El resultado es de una delicadeza y de un realismo que hace que la calidad global de la ficción se multiplique. El ejemplo más claro de esto se da en la rivalidad entre Thomas Moro y Thomas Cromwell.

El primero se nos presenta como alguien bueno porque se opone a la relación ilícita del Rey con Ana Bolena, porque defiende a la autoridad establecida de la Iglesia de Roma y porque se mantiene inflexible en sus convicciones y valores. Esto está muy bien, pero la realidad demuestra que en cuanto llega al poder, Moro no duda en quemar a cuanto “infiel” encuentra en su camino sólo por el hecho de pensar de forma distinta a la suya y si tenemos en cuenta que la Iglesia que él defiende estaba corrupta, viciada y podrida hasta la médula sus motivos no parecen ya tan buenos.

En frente suya está Cromwell, presentado como un malvado intrigante que asciende en el poder a costa de otros y que susurra chismes al oído del Rey para satisfacer sus intereses. Al tipo se le coge una tirria casi inmediata (gracias también al gran trabajo de interpretación) pero en realidad, analizando su postura se puede empatizar con él perfectamente: lucha por una Iglesia más justa y pura, pegada a los intereses del pueblo y sin privilegios; además encarna el ejemplo de que naciendo pobre se puede llegar a lo más alto con trabajo y talento, y tiene una visión moderna de lo que será el mundo a partir de esos días (El comienzo de la Edad Moderna).

Al final ninguno de los dos son buenos ni malos, sólo personas con intereses enfrentados y de ahí nace el conflicto.

En “Juego de tronos” se mantiene está tónica, aunque aumentada por la riqueza del diseño de personajes y el elevado número de los mismos. Los hay eminentemente buenos, como Tyrion Lanister, pero que se ven obligados a luchar en el bando de los malos por motivos superiores (En su caso la fidelidad a la familia)… los hay buenos por su carisma y su alineación, caso del Rey Robert, pero nefastos por sus actos (Infiel, borracho, mal gobernante, agresivo, derrochador, etc.).  También los hay que evolucionan de una manera increíble y pasan de malos a buenos o lo contrario. En esta saga cada personaje es un universo de contradicciones y matices capaces de proyectar luz y sombra según el momento concreto. Eso es lo que la hace grande y la ha llevado al éxito; porque en un contexto tan propicio para que cada seguidor se alineé con una determinada casa/familia, no encuentras a nadie que diga: “yo soy de los Stark” o “Yo voy con los Lanister”, “A mi me pierden los Tully” ni “Estoy a muerte con los Baratheon”… a todos nos gustan unos de aquí y otros de allá e, incluso, de los malos puros (Tipo Cersey) nos apiadamos de vez en cuando… si el autor les hace morder demasiado el polvo.

En mi opinión, muchos claros ejemplos de lo que debe ser un antagonista los podemos encontrar en los comics de superhéroes. El hecho de poder estar 40 o 50 años escribiendo una serie y que lo hagan cientos de guionistas distintos acaba por dar una robustez apabullante a los personajes. Y esto, en el caso de los malos es muy de agradecer. Para mi el paradigma es el villano Magneto, y su imposible relación con los X Men. Magneto es el antagonista absoluto del grupo porque tiene una visión completamente opuesta a la de ellos en un mismo asunto. Los mutantes son odiados, temidos y perseguidos por los humanos… hay que definir la forma de relacionarse entre las dos especies: Los X Men abogan por la coexistencia pacífica y Magneto por la imposición a la fuerza. El conflicto está servido y no se solucionará jamás, pues ninguno terminará pensando como el otro. Aún así ambos bandos comparten una preocupación común por los suyos, por protegerlos y por conseguir vivir en paz y seguridad. Magneto tiene buenas intenciones y sus motivos son honrosos, pero sus métodos son los que lo encasillan como malo. De hecho le une una antigua amistad con el Profesor Xavier y, en cierto modo, siempre se necesitarán el uno al otro.

Los seguidores del cómic saben que resulta imposible no enamorarse del personaje y darle la razón en muchos de los conflictos que mantiene con los protagonistas… Así que tened claro que cuando el autor consigue que el lector/espectador se ponga de parte del malo, ya está todo dicho.

Evidentemente, hay malos “totales” que funcionan a la perfección. El Joker es más malo que la quina y punto… está tan bien parido que no hace falta más; como decía el difunto Heath Ledger en “El Caballero Oscuro”: “Soy un agente del caos…” no hay nada que añadir. Parecido caso es el de Darth Vader: un villano tan rotundo en su aspecto y sus actos que no necesita matiz alguno. En esta ocasión consiguen dotarlo de dimensión con su pasado y termina dando pie a un final redentor para él. Curiosamente, ello se vuelve en contra de los creadores al plantear la trilogía precuela: lo habían hecho tan malo que ahora justificar esa conversión al lado oscuro tenía el listón demasiado alto… lamentablemente para nosotros, no lo consiguieron.

También está la figura del “malo bueno” que se da en muchas películas y que convierte, por extensión, a una figura del bien en su antagonista. Estamos hablando de películas como “Perdición”, “El gran Carnaval”, “Reservoir Dogs”, “Tarde de perros” o “Hannibal” en las que el protagonista es un delincuente o un tipo amoral y por tanto su opuesto es la ley y la justicia. Afortunadamente los Wilders, Tarantinos, Lumets y Scotts del mundo son buenos en su oficio y suelen conseguir que nos encariñemos con semejantes bastardos y que la cosa funcione bastante bien.

A diferencia del malo, el antagonista aparece siempre en un guión, incluso en géneros tan poco propicios como la comedia romántica. Aquí solemos encontrar antagonistas tan buenos como el protagonista, como sucede en “Historias de Filadelfia”, donde el único conflicto entre Cary Grant y James Stewart es estar enamorados de la misma mujer, por lo demás hasta se caen más o menos bien y se comportan el uno con el otro. Si la comedia es más profunda podemos llegar al caso de que el antagonista del protagonista sea el propio protagonistaesto es lo que ocurre en “Annie Hall”, donde el enemigo de Woody Allen en su relación es Woody Allen: sus neuras, manías e inseguridades le impiden ser feliz con su pareja.

Se podría escribir mucho más sobre el tema, pero creo que ya os hacéis una idea clara de lo que quería explicar… Antes de terminar con el post, me gustaría volver a los malos de la vida real: la mayoría de los políticos, los banqueros, los líderes empresariales y sindicales, los mercados, las multinacionales y demás. Estos son los antagonistas de nuestro día a día, los que se oponen a la gente corriente y les impiden alcanzar sus objetivos (vivir dignamente, trabajar, ser felices, etc.). Estos antagonistas son del peor tipo que puede existir: de los traidores a la confianza del prota. Son personas que supuestamente están ahí para ayudarnos y cuidarnos, tipos a los que hemos elegido para engarse de nuestra seguridad y que, en el momento en que más les necesitamos, nos han dado una puñalada trapera y se han vuelto en contra nuestra… esta chusma son como Cifra en “Matrix”, como Fredo en “El Padrino II”, como Bruto en “Julio César”…

Por desgracia para ellos, la diferencia entre estos malos de la vida real y los malos de ficción es que los primeros no son necesarios para contar la historia y no despiertan la simpatía o el cariño de nadie.

Hasta que nos leamos.

Grandes malas actuaciones 2

Seguimos con el post de hace un par de días. Para cerrar este curioso apartado de películas, valgan otros cuatro ejemplos:

 

– Balas sobre Broadway (Bullets over Broadway, 1994)

Iba a ser complicado dejar fuera de esta lista a Woody Allen. El genial cómico newyorkino ha protagonizado en más de una ocasión alguna gran mala actuación (En general, siempre que sus neuróticos e inseguros personajes pretenden hacerse los duros o aparentar delante de una chica o una situación complicada…) pero yo voy a quedarme con el caso de Jennifer Tilly en “Balas sobre Broadway”.

Tilly interpreta a Olive Neal, la joven amante del ganster Nick Valenti. Como quiera que Valenti es el que paga la obra de teatro que está montando el protagonista (David Shayne, interpretado magistralmente por John Cusack) y Olive es bailarina de cabaret… pues ella acaba teniendo un papel en la obra por imposición del mafioso. Esta sencilla trama genera infinidad de gags y problemas al protagonista, muchos de ellos centrados en la incapacidad absoluta de Olive para actuar. Tilly consigue mezclar perfectamente una desagradable voz de pito, con unos andares y poses barriobajeras que sacan de quicio al espectador más benévolo. Ello, sumado a los textos de Allen y a la impertinencia del personaje, dio como resultado un papelón merecedor de la candidatura al Oscar.

 

Agárralo como puedas (The naked gun, 1988)

Como no sólo de falsos malos actores puede vivir esta lista, he decidido incluir algunos ejemplos de otro tipo. Cierto es que son siempre comedias las que nos brindan esta clase de situaciones, pero hay ejemplos de cómo un supuesto tipo corriente mete la pata hasta el fondo cuando se enfrenta al reto de hacer algún tipo de expresión artística.

Este es el caso del sufrido teniente Frank Drebin (el papel que inmortalizó para siempre a Leslie Nielsen), el policía más torpe y desastroso que se ha podido ver en una pantalla de cine. No es obligatorio que los actores sepan cantar, pero casi todos suelen hacerlo más o menos bien. Lo que es menos habitual es que algunos, como Nielsen en este caso, sepan cantar mal tan bien… todo un arte que el actor canadiense supo poner en práctica con brillantez a la hora de interpretar el himno nacional de EE.UU.

 

American Pie 2 (American pie 2, 2001)

Y es que eso de ponerse delante del público es un trago duro para la gente corriente. Y si no que se lo digan al pobre Jim Levenstein (un Jason Biggs jovencísimo y que ya demostraba sus dotes para la comedia) cuando se ve accidentalmente en el escenario del campamento musical y teniendo que tocar el trombón ante decenas de personas. Esta famosa escena de “American Pie 2” nos demuestra cuanto peso recae en ocasiones sobre un actor. Lo que en el guión debía ser una simple frase más o menos como ésta: “Jim toca el trombón y baila ridículamente ante un atónito público”, se convierte gracias a Biggs en 5 minutos repletos de comicidad y uno de los momentos más memorables de la película. 

 

Mentiras arriesgadas (True lies, 1994)

La cinta dirigida por James Cameron (Si, antes de “Titanic” hizo cosas muy chulas…) supone, quizá, la cumbre del género que inmortalizó a Schwarzenegger: La comedia de acción o acción cómica. En la película hay un momento memorable de gran mala actuación y no es otros que el inolvidable striptease de Jaime Lee Curtis. La Curtis no sólo consiguió dejar de ser “la chica graciosa y feucha” que era hasta entonces, sino que logra una actuación impecable en la que pasa de ser un cervatillo asustado y torpe a una pantera en celo en sólo 7 minutos… y para colmo, el baile contiene conflicto (la caída del micro, resuelta de maravilla) y humor (vaya hostia que se pega, la pobre)… Chapeau.

 

Y con esto dejamos el repaso de grandes malas actuaciones. Como siempre, os invito a aportar las que se os ocurran a vosotros.

 

Hasta que nos leamos.

Grandes malas actuaciones 1

El cine es exposición al 100%. El trabajo de todos los implicados en la realización de una película se ve sometido al constante e implacable veredicto de público, críticos, inversores y fanáticos. De entre todos los posibles crucificados, los actores son los que van a pecho descubierto y se llevan el primer gran aluvión de valoraciones.

La industria de Hollywwod, sabia como pocas, supo reaccionar en su momento y creó una gran cantidad de organismos y eventos mediante los que controlar en cierta medida, los juicios de valor sobre las películas. Comenzando por los Premios de la Academia, encargados de elegir a los mejores del año en numerosas categorías, y llegando hasta los Razzies, su equivalente para los peores del gremio. Entre medio, festivales y publicaciones especializadas de todo tipo.

Pero nunca nadie se ha parado a valorar una curiosa categoría, un extraño fenómeno que se produce de tanto en cuanto por exigencias de algún original guión y que obliga al actor a realizar una peripecia harto complicada. Me estoy refiriendo a las contadas ocasiones en que se le pide a un actor o actriz que actúe mal queriendo

Como homenaje y reconocimiento a algunos interpretes que bordaron esa difícil tarea, he elaborado un pequeño listado con actuaciones memorables.

El crepúsculo de los dioses (Sunset Bulevard, 1950):

Una de las obras maestras del genial Billy Wilder y todo un clásico del séptimo arte. La actriz protagonista (Gloria Swanson) interpreta a Norma Desmond, una vieja gloria del cine mudo que vive encerrada en su mansión de Sunset Bulevard y lucha en vano contra el paso del tiempo y el olvido del público. Durante toda la cinta podemos ver fragmentos de antiguas películas protagonizadas por Norma, y en ellas nos llama muy mucho la atención la manera de actuar propia de los inicios de la cinematografía. La Desmond fue de las más grandes actrices de la época (Una Greta Garbo ficticia) pero no supo evolucionar al ritmo de la industria. En la película, Wilder nos presenta a una mujer loca, posesiva, excesiva en todo lo que hace… y esos defectos se trasladan a su forma de actuar. Cuando ofrece a su joven gigoló (William Holden, en una de sus muchas colaboraciones con su gran amigo Wilder) alguna muestra de sus artes interpretativas, Gloria Swanson consigue una “actuación de la actuación” realmente grotesca; el desvarío gestual de una enajenada que provoca al espectador una sensación que queda a medio camino entre la lástima y la repulsión.

Esa mirada afilada, esa mueca espectral, esas manos embrujadas… hacen de la mala actuación de Norma Desmond la mejor actuación de Gloria Swanson. En la retina de todo el que la haya visto y en los libros de historia cinematográfica quedará para siempre la escena final, en la que baja por la escalera para entregarse a la policía.

Ed Wood (Ed Wood, 1994).

Este biopic dirigido por Tim Burton nos cuenta la vida del considerado peor director de la historia de Hollywood. Con este material no es de extrañar que la película aparezca en esta entrada… durante todo el film, nos narra las peripecias de Wood para sacar adelante sus bizarras producciones y, como no podía ser de otra forma, Burton aprovecha para recrear en clave de humor los rodajes de éstas.

Martin Landau, interpretando a un decrépito y moribundo Bela Lugosi, y el resto de actores consiguen una maravillosas malas actuaciones cuando se ponen delante de la cámara de Ed Wood. Es de destacar lo bien que se le da el asunto a Lisa Marie, la por entonces esposa de Burton, que en la película interpreta a Vampira y que años más tarde nos volvió a dejar otra mala actuación en “Mars Attack”, interpretando al inolvidable marciano que se cuela en la Casa Blanca disfrazado de una humana atractiva y “masca chicle” con una manera muy poco natural de caminar.

Cantando bajo la lluvia (Singin´ in the rain, 1952).

La considerada por muchos mejor película musical de todos los tiempos y una de las más grandes historias sobre cine jamás contadas contiene también alguna memorable mala actuación entre sus fotogramas. Stanley Donen y Gene Kelly tenían muy claro que su cinta no debía quedarse en una mera sucesión de números de baile y por ello armaron una trama especialmente brillante, ambientada en los difíciles años del paso del cine mudo al sonoro.

En ella, la compleja papeleta de actuar mal le toca a Jean Hagen, que interpreta a Lina Lamont. Lina es la estrella femenina del momento, la compañera de reparto de Don Lockkwood (Gene Kelly) en la película que están grabando. Lina es una estrella del mudo pero un desastre en el sonoro: su voz de pito y su torpeza recitando texto hacen de ella una actriz desastrosa. Hagen borda el papel de mala actriz, orgullosa y caprichosa, pero en realidad era una excelente intérprete. Tanto es así que, mientras en la película a su personaje le dobla hablando y cantando el personaje de Debbie Reynolds, en la vida real fue Hagen quien dobló las canciones que Reynolds interpreta en “Cantando bajo la lluvia”.

Además de la falsa mala actuación, los directores nos regalan un sinfín de gags explicando la cantidad de cosas que podían salir mal a la hora de captar el sonido en aquellas primeras películas con voz.

– Friends (Friends, 1994-2004)

Siguiendo por la senda de la comedia, me gustaría hacer mención a un caso especial que se da en la serie “Friends”. Esta, ya mítica, sit com sobre seis treintañeros de Nueva York ha supuesto una de las cotas más altas alcanzadas jamás en la historia de la comedia televisiva, encandilando a crítica y público durante diez años seguidos y convirtiéndose en referente mundial de la forma de escribir series de humor.

En ella, uno de los protagonistas es actor. Joey Tribbiani (Matt Leblanc) es un guaperas que trata de abrirse hueco en el mundo de la interpretación sin terminar nunca de lograrlo, básicamente porque es muy malo. Temporada tras temporada los guionistas han tenido la habilidad de explotar ese filón con continuas muestras del mal hacer de Joey ante las cámaras. Leblanc consiguió construir un personaje incapaz de construir ningún personaje, un actor monomatiz cuya gran valor consistía en poner cara de interesante pensando en que olía un pedo (¡Tremenda explicación, aquella!).

Enumerar la lista de grandes malas actuaciones de Joey Tribbiani nos llevaría demasiado tiempo, así que os dejo con un glorioso duelo interpretativo contra Gary Oldman (quien por cierto se ríe de sí mismo y de su habitual sobreinterpretacion).

 

En breve continuaremos con algún otro ejemplo de grandes malas actuaciones.

Hasta que nos leamos.