Hoy me he levantado con una noticia que, con toda seguridad, se produjo ayer o quizá anteayer. El caso es que me ha espantado lo suficiente como para ponerme a escribir esta entrada; os la cuento: Por primera vez en su historia, Atresmedia va a cobrar a los espectadores por ver un contenido propio en su web. Podéis leer los detalles del asunto aquí. El producto en cuestión es el primer capítulo de «El tiempo entre costuras», emitido anoche con gran éxito de audiencia.
Normalmente, todas las televisiones ponen a disposición del público sus series y programas en sus páginas corporativas, una vez han sido emitidas de forma tradicional. Esto les genera tráfico de visitas a la web, nuevos ingresos publicitarios y el innegable valor añadido de ofrecer a los seguidores la posibilidad de ver el contenido cuando y donde quieran. Decisiones del Siglo XXI para la televisión del Siglo XXI. Hasta aquí muy bien… pero lo que las cadenas quieren es que se vea la emisión de toda la vida, porque ahí es donde está la pasta. Para ellos el video on line no supone más que las migajas que caen en el mantel ¿Y que pasa con las migajas? que cuando uno acaba con hambre se las come, pero cuando está saciado las recoge con la manita y las tira.
Esto mismo es lo que está haciendo Atresmedia; porque aunque parezca que la medida de instaurar este pay per view en redifusión (si lo piensas, el concepto es tan obsceno que tira por tierra cualquier beneficio que pueda tener el tradicional pago por visión) va destinada a generar más ingresos con el consumo web, en realidad se trata de todo lo contrario. El grupo mediático renuncia a los ingresos por publicidad en el video on line (quiero pensar que renuncia a ellos… meter publicidad en un capítulo por el que has pagado sería tan de sinvergüenzas que habría hasta que aplaudirlo), que en este caso representarían a las citadas migajas, a cambio no de dinero por el pago de cuota de visionado (que creo yo que no tendrá mucho éxito) sino del enorme dinero que puede suponer el incremento de la cuota de espectadores en las emisión tradicional.
Para entender esto bien, hay que explicar uno de los cambios importantes que las nuevas tecnologías han traído a las batallas por la audiencia de toda la vida: la contraprogramación ha quedado desvirtuada con la multipantalla, la second screen y la TV social. Es decir, si a un espectador le ponen la misma noche «Isabel», «La voz» y «El tiempo entre costuras» ya no tiene que devanarse los sesos decidiendo cual de las tres ver; verá las tres, pero en distintos momentos y dispositivos… lo que antes era un dilema del tipo: «tengo que decidir qué producto me gusta más y renunciar a los otros» ahora se convierte en: «tengo que decidir que producto me aporta más en su emisión en directo y ver los otros bajo demanda en las webs«.
Entra en juego, por tanto, un factor subjetivo importante. Cada espectador primará unos criterios sobre otros… habrá quien elija «Isabel» porque al no tener publicidad, es una emisión que acaba antes y le permite dormir más horas; estará el que se decante por «La Voz» porque los realities y talents tienen mucho más recorrido en redes sociales y ello le aporta una experiencia más rica como usuario… y finalmente aparecerá el que elija «El tiempo entre costuras» porque los otros productos los puede ver gratis al día siguiente en la red y éste no.
Aquí es donde se produce la ruptura del pacto espectador-canal de TV. A mi entender, la cadena cambia las reglas del juego sin previo aviso y pasa de competir aportando valor al público a hacerlo restando parte de ese valor. Lo que supone esta decisión no es otra cosa que un chantaje en toda regla para el público. Una amenaza seria y sostenida para conseguir que el estreno de su serie sea un éxito. Ya no estamos en un discurso de: «te doy más para que me elijas«; esto es un: «elígeme o atente a las consecuencias» de los directivos de Atresmedia a los millones de espectadores que diariamente compran su producto. Tan desesperados están por arañar unos puntos de share al programa estrella del grupo rival y decantar a su favor la ajustadísima lucha por el liderazgo mensual de la audiencias, que se han olvidado de lo más importante de todo: una empresa tiene que aportar beneficios a sus consumidores, de lo contrario éstos se irán volando a la competencia.
Yo no vi el piloto de «El tiempo entre costuras» y sería de necios decir que su éxito se debe a este chantaje vil… estoy casi seguro de que se trata de una excelente serie. El caso es que ayer arrasó, que es lo que querían, pero para mi gusto han emprendido un camino muy peligroso que puede generar un «efecto rechazo» inmenso entre la población. Una población que está pasando por penurias económicas a diario y que encuentra en el consumo televisivo uno de los pocos refugios de ocio gratuito… no olvidemos eso. Una población a la que se le priva de la libertad de elección sobre qué ver atacándole donde más duele. Una población a la que se le acorrala impunemente y se le provoca hasta conseguir que se lancen a la piratería ilegal de contenidos culturales.
Eso si, luego estos directivos vendrán llorando y tirándose de los pelos porque la industria está muerta por culpa de la piratería y clamarán contra esas páginas webs que ofrecen contenidos ajenos gratuitamente. Pues bien, señores directivos, tan mal está dar gratis algo que no es tuyo y has robado como cobrar dos veces por algo que si lo es… así que entérense de algo: si algún día de estos sus consumidores se levantan del sofá y les mandan a la mierda, lo tendrán bien merecido.
Por cierto, todo este asunto originado con una serie que lleva 2 años en la nevera esperando su momento. Productora, equipo artístico y técnico sin saber qué será de ellos, dinero invertido sin cobrar, inseguridad profesional… y el espectador a pagar 0´72€ por una redifusión. Eso si, esta mañana estarán los teléfonos de los despachos echando humo para ir quedando y hablar de una segunda temporada… esta es la industria que tenemos.
Hasta que nos leamos.