Quentin se pone serio

No escribo casi nunca sobre estrenos de cine, series o programas ni realizo una crítica al uso de ninguno de ellos (Para eso hay un montón de estupendos blogs dedicados a ello) pero esta vez hago una excepción dejándome llevar por mi “Tarantinofilia” y dedicaré unas líneas a comentar mis percepciones tras ver “Django desencadenado” hace apenas tres días. Creo que ha pasado el tiempo justo para haberla reposado y rumiado como merece sin dejar de tenerla aun fresca en la memoria, así que allá vamos.

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Lo primero que diré sobre la película es que me parece un punto de inflexión en la filmografía de su director. Queda por ver cómo se desarrolla su obra a partir de ahora, pero todo apunta (nunca mejor dicho) a que tras “Django” nada volverá a ser igual. La película supone la ruptura con una de las máximas del cine de Tarantino, una de las que le ha ayudado a construirse un nombre en esta industria; y es que, por primera vez en una de sus historias, la violencia ya no mola.

Hasta el momento, el bueno de Quentin se caracterizaba por tener el enorme talento de dotar a los actos de extrema violencia de unas inusitadas dosis de belleza plástica y de humor. Ello se sostenía sobre la sólida base que cimienta todas sus producciones: en las pelis de Tarantino no hay juicios morales, no se pide al espectador que se adentre en las cavernas del comportamiento humano, ni que establezca un código ético o se posicione entre actos de bondad y de  maldad. Allí se va a disfrutar del espectáculo… Así podemos declarar sin tapujos que nos parece genial que Clarence y Alabama traten de rehacer su vida vendiendo una maleta de coca robada (droga que destrozará la vida de pobres inocentes) en “Amor a quemarropa”, o que ojala la banda de ladrones sanguinarios que protagoniza “Reservoir dogs” escapase de la policía, incluso que nos gustaría que un asesino demente se llevara por delante con su coche a un segundo grupo de inocentes chicas en “Death Proof”. A todos nos flipan los hijos de puta que protagonizan “Pulp Fiction” e incluso estamos medio deseando que el cabrón nazi de Hans Landa pille a otro par de judíos sólo para disfrutar de sus brillantes juegos mentales en “Malditos bastardos”. Reconocemos que nos da igual que Beatriz Kiddo hubiera podido ir a la policía con un montón de pruebas para encarcelar a Bill y su banda ¡Nosotros queríamos que los matase a todos de la gloriosa forma en que lo hace en las dos entregas de “Kill Bill”!… Tarantino establece siempre un pacto con sus espectadores, que se resume en que durante tres horas podemos ser todo lo bestias que queramos sin que nadie se sienta mal por ello… hasta ahora.

Porque éste es, para mi, el mérito de “Django” y el principal punto de giro dentro de la carrera del director. Por primera vez la violencia, los tiros y puñetazos duelen… por primera vez los malos te caen mal y ves el terrible dolor y sufrimiento que generan sus actos. Por primera vez su historia remueve conciencias hasta el punto en que algunas de sus impactantes secuencias de acción se te hacen poco digeribles y apartas la mirada en lugar de regodearte como hasta ahora hacías (Esto sucede sobre todo en la pelea de mandingos y en la de los perros). Por primera vez Quentin se pone serio.

En el oeste, los negros no tenían derecho ni a montar a caballo.

En el oeste, los negros no tenían derecho ni a montar a caballo.

Y ello conlleva sus pros y sus contras. Como provecho principal es que el resultado es una obra adulta y maravillosa que aborda un tema poco tratado de una forma inteligente, realista, tan cruda como sensible y exquisita. Como contrapartidas más acuciantes nos encontramos con que por al camino se pierden algunas de las señas de identidad del estilo del director.

Y es que si algo no satisface de “Django” es eso, que estábamos acostumbrados a ciertos “must” tarantinianos y al no encontrarlos aquí uno se descoloca bastante. Me estoy refiriendo a los brillantes trucos narrativos a los que tanto partido sabe sacar, a los personalísimos planteamientos de cámara que nos suele ofrecer y, especialmente, a los brutales diálogos marca de la casa que te dejan agarrado a la butaca del cine. No acierto a saber si esta renuncia ha sido voluntaria u obligada, si es que el parir una película con un calado temático y social como nunca había logrado le ha dejado exhausto para las “frivolités” o si, por el contrario, es un nuevo y perverso juego del director; como si pensase “Sé que estáis esperando que en la conversación de la cena Di Caprío suelte una originalísima teoría sobre la supremacía blanca y la sumisión negra… pero no, ahora os vais a conformar con la explicación pseudo-científica que daría un terrateniente paleto de la América profunda en 1875”. Eso sólo él lo sabe; pero a mi me da la impresión de que el pobre es humano y, al fin y al cabo, esta vez no lo ha conseguido.

Valga aclarar que con esto no quiero decir que la película no parezca de Tarantino. Esta llena de violencia soberbiamente plasmada, de ingeniosos diálogos, de humor en situaciones muy peliagudas, etc. Pero en dosis menores a las que suele producir el aclamado director y guionista.

Siguiendo con los puntos débiles, me da la sensación de que “Django desencadenado” tiene uno de los guiones más flojos de su filmografía: creo que es la primera vez que detecto fallos y McGuffins  de los que solemos tirar los escritores para hacer avanzar la acción sin pararnos mucho tiempo a explicarlo o atarlo todo. Hasta la fecha sus tramas podían presumir de ser de hierro, historias perfectamente armadas que resistían el más exhaustivo de los análisis. En “Django”, sobre todo en la primera hora de película, si que ves atajos y remiendos poco lucidos pero necesarios para llegar a la parte suculenta de la obra. No pasa nada, pero que tu protagonista sea un superdotado del disparo por naturaleza es más facilón que mostrar su aprendizaje (Aunque luego lo justifique un poco con el “uno entre diez mil”); que le salga un benefactor dispuesto a ayudarle en todo sin recibir nada a cambio es más sencillo que lograr valerse por sí mismo (Hecho curioso éste del Doctor King Shultz, quizá el primer personaje idealista que escribe Tarantino en su carrera); que Django sepa identificar a los tres mejores luchadores de la plantación sin tener mucha idea del asunto es de lo más conveniente… Quentin lo sabe y por eso pasa de puntillas por muchas de estas escenas, colocándolas antes o después de grandes golpes de efecto, porque es un buen director y sabe que el sigilo es la única forma de salir airoso de estos embrollos. Más que estos puntos sin justificar, lo que me machacó fue una escena (la de Shultz explicando sus planes a Django) en la que nos expone verbalmente el conflicto principal para a continuación volver a explicarlo con acción y de manera mucho más brillante ¿Para qué entonces toda la primera conversación si ya íbamos a deducir lo que Shultz quiere de Django en cuanto le revelase quien es al Marshall? Es este caso, se olvidó por el camino la vieja máxima de Lubitsch: “Deja que el espectador sume dos y dos… te querrán siempre”.

La escena en cuestión. Un error de novato.

La escena en cuestión. Un error de novato.

Otra flojera del guión llega con el tercer acto, que no aporta demasiado al espectador más que la mera satisfacción de ver al prota cumplir su misión: No hay Hitlers acribillados a tiros, nadie se entera de que el tío por cuya defensa a matado a sus amigos es un poli infiltrado, no hay un inteligente cambiazo de maletines con dinero… ni rastro alguno de sorpresa o de evolución personal, tan sólo la consecución de un objetivo externo. Esto ya pasaba en “Kill Bill vol. 2” pero con un clímax infinitamente más potente y bello. Mi última queja se centra en los prescindibles planos de la esposa de Django a lo largo de toda la película: como si el espectador fuera tonto, se decide que hay que recordarle cada veinte minutos porqué el protagonista hace lo que hace colocando un plano subjetivo de recuerdos… nunca entenderé esta manía que en tantas películas se repite.

Por no restarle méritos, hay que decir que Tarantino sigue sabiendo elaborar sabiamente los equilibrios entre personajes, que se dimensionan unos sobre los otros: Django se ve como un paleto frente a Shultz, pero éste también queda como un mindundi al lado de Candie. Además en un mundo que se nos presenta con un esquema básico de negros = víctimas y buenos frente a blancos = verdugos y malvados, el director tiene la inteligencia de llevar su historia a los grises haciendo que el mejor amigo del héroe sea blanco y que su mayor antagonista sea negro. Y he aquí otra de las mayores virtudes de la película: el no casarse con nadie y reflejar la realidad tal cual era… hay que ser muy valiente para mostrar que había negros que jodían a otros negros sólo por salvarse ellos (Como Samuel L. Jackson, genial en su interpretación) y hacerlo de forma que uno incluso entienda que se pueda llegar a ello (Como con los mandingos, que al igual que los gladiadores de Roma, se entregan al asesinato con tal de lograr una vida mejor y ser tratados como «estrellas»).

A niveles más puramente formales, decir que el talento del director le hace plantear un western original cuando más difícil lo tenía. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de sus películas ya tienen muchos componentes del cine del oeste extrapolados a otros géneros y que repetir la fórmula le hubiera llevado a acercarse peligrosamente a Sergio Leone, Tarantino hace bien en rehuir de la estética más clásica y llevarnos a un Texas de montañas nevadas y suelos enfangados, en valerse de plantaciones de algodón en lugar de desiertos y cactus y en no abusar demasiado de su adorado Morriconne, consiguiendo, empero, que la música vuelva a brillar y adquirir protagonismo en la narración. Aunque personalmente no comulgo tanto con los estilos elegidos, hay que reconocer que introducir el Hip Hop en el salvaje oeste es tan brillante como hacer que suene flamenco durante una pelea de katanas… chapeau.

Como siempre, el material promocional es espectacular.

Como siempre, el material promocional es espectacular.

Hasta aquí el largo, y espero que ameno, análisis… concluiré resumiendo que “Django desencadenado” me ha gustado por lo que he sentido como espectador, por parecerme un paso adelante del director y por lo ofrecerme cosas nuevas dentro de su cine. Pero no me ha entusiasmado como muchas de sus anteriores obras… espero que en la próxima sume lo bueno nuevo y lo bueno antiguo para firmar su mejor película.

 

Hasta que nos leamos.

Antagonistas

villanos

¿Qué sería de una buena película o serie sin su malo de turno? Nuestra ficción occidental es inconcebible si ese malvado que pone en jaque al protagonista de la historia con sus retorcidos planes y sus aviesas intenciones. Estamos tan acostumbrado a ello. que al enfrentarnos a una narración carente de antagonista, ésta se nos suele derrumbar por muy bien construida que esté.

La vida real parece también llenarse últimamente de malos se mire por donde se mire. En este caso se trata de malos de opereta, de los que se mesan el bigote y ríen a carcajadas mientras confiesan su plan al, momentáneamente derrotado, héroe. De estos malos volveremos a hablar más adelante.

Lo que hoy quiero explicar con más detalle es la diferencia entre un buen malo y un mal malo, valga la redundancia. Entre un simple villano y un antagonista. Porque esto es lo que necesita toda gran historia, a alguien que (independientemente de sus inclinaciones morales) se oponga a los intereses del protagonista y le impida conseguir sus objetivos. Ya veremos como en ocasiones el malo es el bueno y viceversa y la trama funciona igual de bien… porque se mantiene la oposición de intereses y, por tanto, el conficto.

Analicemos, por ejemplo, tres productos con cierta semejanza en la ambientación histórica: “Los Tudor”, “Isabel” y “Juego de tronos”.

En la serie española encontramos a antagonistas del corte clásico: personajes como Pacheco y Carrillo son malos hasta la médula, únicamente les mueve su interés personal y su egoísmo, utilizando a quien haga falta para conseguir satisfacerlos. Los guionistas los usan con habilidad, haciéndoles cambiar de bando con frecuencia según los intereses de la trama (Amén de los sucesos históricos documentados) y así consiguen mantener interesado al espectador. Funcionan y gustan, pero no terminan de marcar al televidente.

 

Mucho más interesante resulta el personaje del Rey Enrique, un antagonista básico para Isabel, que está construido con bastantes más matices e incongruencias y, por tanto, resulta un ser humano creíble e interesante. Enrique no lo odia todo ni quiere sembrar el caos en el mundo: simplemente tiene unos intereses que proteger como rey y, para hacerlo, luchará contra quien haga falta. Durante toda la temporada hemos visto a este antagonista no querer entrar en guerra porque supone muerte, hambre y penurias para el pueblo. También le vemos recibir con alegría a sus hermanos, a los que está enfrentado, cada vez que hay un armisticio; o perdonar y aceptar en su corte a nobles que le habían traicionado y humillado, sólo porque le une una amistad de toda la vida con ellos… otros personajes de la serie tildan a Enrique de débil, pero lo que en realidad le sucede es que es humano, y eso le hace grande y le lleva a conectar con el espectador.

En el caso de la producción sobre la dinastía real inglesa, se ocasiona un fenómeno aun más interesante: los guionistas consiguen que los personajes “buenos” tengan malas intenciones y que los “malos” las tengan buenas; y a pesar de ello el seguidor de la serie los continua percibiendo en los roles asignados. El resultado es de una delicadeza y de un realismo que hace que la calidad global de la ficción se multiplique. El ejemplo más claro de esto se da en la rivalidad entre Thomas Moro y Thomas Cromwell.

El primero se nos presenta como alguien bueno porque se opone a la relación ilícita del Rey con Ana Bolena, porque defiende a la autoridad establecida de la Iglesia de Roma y porque se mantiene inflexible en sus convicciones y valores. Esto está muy bien, pero la realidad demuestra que en cuanto llega al poder, Moro no duda en quemar a cuanto “infiel” encuentra en su camino sólo por el hecho de pensar de forma distinta a la suya y si tenemos en cuenta que la Iglesia que él defiende estaba corrupta, viciada y podrida hasta la médula sus motivos no parecen ya tan buenos.

En frente suya está Cromwell, presentado como un malvado intrigante que asciende en el poder a costa de otros y que susurra chismes al oído del Rey para satisfacer sus intereses. Al tipo se le coge una tirria casi inmediata (gracias también al gran trabajo de interpretación) pero en realidad, analizando su postura se puede empatizar con él perfectamente: lucha por una Iglesia más justa y pura, pegada a los intereses del pueblo y sin privilegios; además encarna el ejemplo de que naciendo pobre se puede llegar a lo más alto con trabajo y talento, y tiene una visión moderna de lo que será el mundo a partir de esos días (El comienzo de la Edad Moderna).

Al final ninguno de los dos son buenos ni malos, sólo personas con intereses enfrentados y de ahí nace el conflicto.

En “Juego de tronos” se mantiene está tónica, aunque aumentada por la riqueza del diseño de personajes y el elevado número de los mismos. Los hay eminentemente buenos, como Tyrion Lanister, pero que se ven obligados a luchar en el bando de los malos por motivos superiores (En su caso la fidelidad a la familia)… los hay buenos por su carisma y su alineación, caso del Rey Robert, pero nefastos por sus actos (Infiel, borracho, mal gobernante, agresivo, derrochador, etc.).  También los hay que evolucionan de una manera increíble y pasan de malos a buenos o lo contrario. En esta saga cada personaje es un universo de contradicciones y matices capaces de proyectar luz y sombra según el momento concreto. Eso es lo que la hace grande y la ha llevado al éxito; porque en un contexto tan propicio para que cada seguidor se alineé con una determinada casa/familia, no encuentras a nadie que diga: “yo soy de los Stark” o “Yo voy con los Lanister”, “A mi me pierden los Tully” ni “Estoy a muerte con los Baratheon”… a todos nos gustan unos de aquí y otros de allá e, incluso, de los malos puros (Tipo Cersey) nos apiadamos de vez en cuando… si el autor les hace morder demasiado el polvo.

En mi opinión, muchos claros ejemplos de lo que debe ser un antagonista los podemos encontrar en los comics de superhéroes. El hecho de poder estar 40 o 50 años escribiendo una serie y que lo hagan cientos de guionistas distintos acaba por dar una robustez apabullante a los personajes. Y esto, en el caso de los malos es muy de agradecer. Para mi el paradigma es el villano Magneto, y su imposible relación con los X Men. Magneto es el antagonista absoluto del grupo porque tiene una visión completamente opuesta a la de ellos en un mismo asunto. Los mutantes son odiados, temidos y perseguidos por los humanos… hay que definir la forma de relacionarse entre las dos especies: Los X Men abogan por la coexistencia pacífica y Magneto por la imposición a la fuerza. El conflicto está servido y no se solucionará jamás, pues ninguno terminará pensando como el otro. Aún así ambos bandos comparten una preocupación común por los suyos, por protegerlos y por conseguir vivir en paz y seguridad. Magneto tiene buenas intenciones y sus motivos son honrosos, pero sus métodos son los que lo encasillan como malo. De hecho le une una antigua amistad con el Profesor Xavier y, en cierto modo, siempre se necesitarán el uno al otro.

Los seguidores del cómic saben que resulta imposible no enamorarse del personaje y darle la razón en muchos de los conflictos que mantiene con los protagonistas… Así que tened claro que cuando el autor consigue que el lector/espectador se ponga de parte del malo, ya está todo dicho.

Evidentemente, hay malos “totales” que funcionan a la perfección. El Joker es más malo que la quina y punto… está tan bien parido que no hace falta más; como decía el difunto Heath Ledger en “El Caballero Oscuro”: “Soy un agente del caos…” no hay nada que añadir. Parecido caso es el de Darth Vader: un villano tan rotundo en su aspecto y sus actos que no necesita matiz alguno. En esta ocasión consiguen dotarlo de dimensión con su pasado y termina dando pie a un final redentor para él. Curiosamente, ello se vuelve en contra de los creadores al plantear la trilogía precuela: lo habían hecho tan malo que ahora justificar esa conversión al lado oscuro tenía el listón demasiado alto… lamentablemente para nosotros, no lo consiguieron.

También está la figura del “malo bueno” que se da en muchas películas y que convierte, por extensión, a una figura del bien en su antagonista. Estamos hablando de películas como “Perdición”, “El gran Carnaval”, “Reservoir Dogs”, “Tarde de perros” o “Hannibal” en las que el protagonista es un delincuente o un tipo amoral y por tanto su opuesto es la ley y la justicia. Afortunadamente los Wilders, Tarantinos, Lumets y Scotts del mundo son buenos en su oficio y suelen conseguir que nos encariñemos con semejantes bastardos y que la cosa funcione bastante bien.

A diferencia del malo, el antagonista aparece siempre en un guión, incluso en géneros tan poco propicios como la comedia romántica. Aquí solemos encontrar antagonistas tan buenos como el protagonista, como sucede en “Historias de Filadelfia”, donde el único conflicto entre Cary Grant y James Stewart es estar enamorados de la misma mujer, por lo demás hasta se caen más o menos bien y se comportan el uno con el otro. Si la comedia es más profunda podemos llegar al caso de que el antagonista del protagonista sea el propio protagonistaesto es lo que ocurre en “Annie Hall”, donde el enemigo de Woody Allen en su relación es Woody Allen: sus neuras, manías e inseguridades le impiden ser feliz con su pareja.

Se podría escribir mucho más sobre el tema, pero creo que ya os hacéis una idea clara de lo que quería explicar… Antes de terminar con el post, me gustaría volver a los malos de la vida real: la mayoría de los políticos, los banqueros, los líderes empresariales y sindicales, los mercados, las multinacionales y demás. Estos son los antagonistas de nuestro día a día, los que se oponen a la gente corriente y les impiden alcanzar sus objetivos (vivir dignamente, trabajar, ser felices, etc.). Estos antagonistas son del peor tipo que puede existir: de los traidores a la confianza del prota. Son personas que supuestamente están ahí para ayudarnos y cuidarnos, tipos a los que hemos elegido para engarse de nuestra seguridad y que, en el momento en que más les necesitamos, nos han dado una puñalada trapera y se han vuelto en contra nuestra… esta chusma son como Cifra en “Matrix”, como Fredo en “El Padrino II”, como Bruto en “Julio César”…

Por desgracia para ellos, la diferencia entre estos malos de la vida real y los malos de ficción es que los primeros no son necesarios para contar la historia y no despiertan la simpatía o el cariño de nadie.

Hasta que nos leamos.

Estructuras Narrativas: Death Proof

A pesar de que hay mucho detractor de ellas, a pesar de que hay gente que las acusa de ser las responsables de que las películas se produzcan como churros y se deje de lado la vertiente artística para fomentar las fórmulas comerciales más banales, a pesar de que no contar con la buena fama y el glamour de los ingeniosos diálogos, los sorprendentes puntos de giro o los trepidantes cliffhangers… A pesar de todo ello, as estructuras son la auténtica y genuina base de cualquier guión, ya sea bueno o malo; sobre ellas se asienta todo y sin ellas no existiría nada.

¿Os imagináis a un arquitecto que renegase de los cálculos estructurales de su edificio? ¿Qué no quisiera prestarle atención a los cimientos del castillo porque no son tan bonitos como las gárgolas del torreón? ¿A que resulta ridículo? Pues los guionistas somos tan ridículos como para hacerlo continuamente. Por eso desde aquí quiero romper una lanza por algunas geniales estructuras cinematográficas que me han marcado especialmente y a las que nos iremos asomando de vez en cuando. Para abrir boca, comenzamos con una controvertida película de Quentín Tarantino: “Death Proof”.

A partir de este momento va a caer un chaparrón del spoilers sobre esta entrada. Se recomienda a todo aquel que no haya visto la película que corra a cobijarse de la tormenta a otra página bien techada…

Considerada por muchos una obra menor en la filmografía del director y denostada por algunos como uno de sus peores largometrajes, “Death Proof” es la mitad de un curioso experimento realizado entre Tarantino y Robert Rodríguez. Estos amigos y colegas tenían ganas de hacer su particular revisión-homenaje a las antiguas sesiones dobles de películas de serie B, una fórmula tradicional en la América de los años 40 a 70  del siglo pasado que se basaba en ofrecer dos cintas de bajo presupuesto al precio de una. Generalmente se trataba de películas de horror o ciencia ficción con continuos fallos técnicos y de proyección y entre ellas se hacía un interludio con trailers para que el público pudiese descansar, ir al baño, comprar más palomitas, etc.

Tarantino y Rodríguez deciden rodar cada uno una película de este estilo, un puñado de trailers sobre películas que no existen (Entre ellas “Machete” que acabó por convertirse en realidad y ya va por la 2ª entrega) y montar el visionado en salas de cine en una sesión doble denominada “Grindhouse” en la que la cinta de Rodríguez “Planet Terror” abre la velada y “Death Proof” la cierra. Con esta decisión ya tenemos ante nosotros la primera capa de la estructura narrativa, una capa que está por encima y llega más allá que la cinta en cuestión, pero que sirve al escritor como modelo y en la que se basa para establecer un delicado paralelismo.

Tenemos pues que la película en si es la mitad de una doble sesión con un interludio entre ellas.

Una vez que nos metemos dentro de la historia, encontramos que ésta copia la estructura “madre” y se divide en dos partes distintas, con protagonistas distintas, en lugares distintos y en tiempos distintos… y que esas dos partes están separadas por su propio interludio.

Es decir, Tarantino usa la estructura de la doble sesión para componer la estructura de su propia historia. Como con casi todo lo que hace el bueno de Quentín, además, la mejora por el camino.

La primera mitad del guión nos presenta a Jungle Julia y a sus amigas. Un grupo de chicas se van de fin de semana a la casa de la playa de los padres de una de ellas. Por el camino paran en un bar de carretera donde tiene que reunirse con unos chicos y toman unos tragos, despreocupadas. Allí conocen al especialista Mike, un tipo siniestro y desagradable que parece un poco obsesionado por una de ellas. Tras reunirse todo el grupo, las chicas abandonan el bar y continúan en coche hacia su destino. Lamentablemente para ella, el especialista Mike tiene otros planes y termina estrellando su coche “a prueba de muerte” contra el de las chicas en una espectacular colisión que acaba con la vida de todas ellas.

Esta trama corresponde al primer acto de la historia y en ella se nos presenta al malvado antagonista, su forma de actuar y las consecuencias para sus víctimas.

En relación a la supraestructura de la sesión doble, esta parte correspondería a la primera película de serie B (“Planet Terror” en este caso. El lazo lo refuerza Tarantino dando un papel secundario en la historia a la protagonista de la cinta de Rodríguez).

Luego nos encontramos con un ambiente y unos personajes nuevos. Dos policías locales, padre e hijo además, deambulan por un hospital tratando de resolver el caso del accidente de coche antes presenciado. Nos enteramos de que el especialista Mike no sólo ha sobrevivido sino que no hay ninguna prueba o indicio que pueda usar para culparle de asesinato. Saben que es un asesino pero deben dejarlo ir. Con mucho humor y un toque de surrealismo, el malo de la película escapa de la justicia.

Esta minitrama aclaratoria supone el interludio de la historia. Termina de cerrar el primer acto (nos explica las consecuencias de lo visto hasta ahora) y nos abre el segundo (nos deja claro que el especialista Mike es libre para volver a matar). Por el camino Tarantino presenta la breve historia de unos policías que dan por cerrado el caso que investigan mientras tienen una tensa reunión familiar (Para rizar el rizo, el director utiliza a los mismos personajes que ya aparecieron en su anterior película, “Kill Bill”, haciendo una disertación similar).

En relación a la supraestructura de la sesión doble, esta parte corresponde al interludio entre películas (En este caso, los trailers de “Machete” y demás películas jamás rodadas).

La historia continua con un salto temporal, han pasado unos meses y encontramos a Abernathy, una maquiladora de cine, junto con sus amigas: la estrella de la película que están rodando y un par de dobles de acción de ésta. Las cuatro chicas disfrutan de su día libre de rodaje y aprovechan la ocasión para ir a probar un coche de carreras que se vende de segunda mano en una población vecina. En una gasolinera tiene un encuentro con el especialista Mike, ya recuperado de sus heridas, y él se fija en ellas como en sus nuevas posibles víctimas. Una vez las chicas están probando el bólido de carreras deciden hacer un peligroso juego de especialistas: una de ellas irá amarrada al capó del coche mientras conducen a toda velocidad. En ese momento aparece por la carretera el especialista Mike con las peores intenciones… tras una memorable persecución, las chicas terminan reduciendo al villano y tomándose la justicia por su mano para acabar con él de una forma brutal y espectacular.

Esta trama corresponde al segundo y último acto de la película y sirve como colofón a la historia, equilibrando la balanza de la justicia respecto a lo vivido en el episodio anterior.

En relación con la supraestructura de la sesión doble, esta parte es la equivalente a la segunda película de la misma (En este caso, la propia “Death Proof”. Como nota, cabe decir que Tarantino juega con el título de la película al principio de la misma; en los títulos de crédito aparece fugazmente otro nombre distinto: “Thunder Bolt”; pero un inoportuno corte de montaje impide al espectador leerlo con claridad).

Pero aquí no acaba todo… los dos actos de la película funcionan como perfecto contrapunto el uno del otro, presentando situaciones paralelas pero con planteamientos dramáticos opuestos.

El primer grupo de chicas, capitaneadas por Jungla Julia, son tipas duras: hablan soltando tacos, fuman porros, beben jaggermaister y no se permiten las unas a las otras colgarse por ningún tío. Sin embargo, el segundo grupo, Abernathy y cia, son chicas más dulces y convencionales, se pirran por hojear el último vogue, se cuentan sus fracasos sentimentales y sus sueños de encontrar al hombre ideal.

Esto es lo que nos presenta Tarantino a simple vista, pero si nos fijamos un poco más descubrimos que en realidad ni las duras son tan duras (Jungla Julia se pasa todo el tiempo escribiéndose SMS a escondidas con el tío por el que se ha colado) ni las blandas tan blandas (Tras sobrevivir al primer ataque del especialista Mike, en lugar de huir vuelven a por él). Cuando conocemos al primer grupo pensamos que plantarán cara al malo y serán las heroínas… pero no. Cuando conocemos al segundo grupo pensamos que caerán aun más rápido que las primeras… y tampoco.

Tarantino juega con los convencionalismos para sorprendernos y da a cada grupo el valor interno opuesto al de su fachada externa. La misma historia contada dos veces en los términos contrarios y con el resultado opuesto al que cabría esperar. Con el argumento simple y banal de una película de serie B sobre un psicópata de carretera, el director y guionista consigue hacer una obra original y divertida en la que homenajea y revisa clásicos de su infancia y revitaliza algunos tipos de películas que hacía tiempo que estaban muertos y enterrados.

Hasta aquí el repaso de las distintas estructuras de “Death Proof”; espero que a alguno le despierten las ganas de verla de nuevo, yo ya estoy encendiendo el DVD…

Hasta que nos leamos.